San Martín fue un hombre honesto, porque decía, hacía y demostraba lo que pensaba. Moderado, porque no le gustaba recibir honores por sus hazañas, como cuando volvió de Chile y el Director Supremo Pueyrredón le dijo que tratara de llegar de día para recibirlo con desfiles, honores militares, salvas y festejos, pero él eligió llegar a la madrugada, en un espléndido silencio para ir a ver a su esposa Remedios y su hija Mercedes. Leal, porque a la Patria nunca le falló e hizo todo lo que pudo para ayudarla. Valiente, porque sostenía sus convicciones, como cuando se negó a luchar contra los caudillos del Litoral porque, según decía, “era una lucha de hermanos”. Y bondadoso, porque pensó y se preocupó no sólo por nuestra Patria sino por toda América Latina.
Junto con estas cualidades le importaba la educación, porque al ser gobernador de Cuyo y Protector del Perú, fundó una biblioteca pública en cada uno de estos lugares a los que llevó en el corazón hasta su puesta de sol en Boulogne-sur-Mer.
A San Martín los argentinos –y también el resto de los latinoamericanos- lo queremos mucho, no sólo por luchar bien y vencer en las batallas, sino por todos los valores que he nombrado anteriormente. Por eso el respeto, el cariño, el honor y el orgullo que tenemos por él, no sobran; es más, quizá falten.
Junto con estas cualidades le importaba la educación, porque al ser gobernador de Cuyo y Protector del Perú, fundó una biblioteca pública en cada uno de estos lugares a los que llevó en el corazón hasta su puesta de sol en Boulogne-sur-Mer.
A San Martín los argentinos –y también el resto de los latinoamericanos- lo queremos mucho, no sólo por luchar bien y vencer en las batallas, sino por todos los valores que he nombrado anteriormente. Por eso el respeto, el cariño, el honor y el orgullo que tenemos por él, no sobran; es más, quizá falten.
Alina Fernández
7ºB
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